martes, 1 de octubre de 2013

Hasta el centro de la ‘tierra’ en la nueva exposición de la Fundación Olivar de Castillejo



Naturaleza y arte se dan la mano en la nueva exposición de la Fundación Olivar de Castillejo, un lugar con gran historia que hasta el 30 de noviembre acoge las obras del escultor manchego Antonio Díaz García. Este espacio, recuperado por la familia del intelectual José Castillejo, es en la actualidad un lugar lleno de vida gracias a su entorno medioambiental y a las actividades que allí se desarrollan, fundamentalmente exposiciones y conciertos.

Exposiciones, conciertos y gastronomía, o simplemente disfrutar de su jardín son algunas de los motivos lúdicos que nos pueden conducir a visitar la Fundación Olivar de Castillejo. Su nombre lo debe a José Castillejo Duarte (1877-1945), intelectual, abogado y catedrático de Derecho Romano, discípulo de Francisco Giner de los Ríos y uno de sus máximos colaboradores en la reformista Institución Libre de Enseñanza, además de uno de los mejores frutos la Residencia de Estudiantes.

A partir de 1917, en medio de olivares (por donde hoy transita la calle Alberto Alcocer), Castillejo creó su hogar junto a su mujer Irene Claremont, e invitó a que allí se instalaran otros intelectuales como Ramón Menéndez Pidal o Dámaso Alonso. El lugar, que hoy ha recobrado vida y creatividad, fue residencia de los Castillejo hasta el inicio de la Guerra Civil, cuando tuvieron que exiliarse.

Ahora, en el marco de recuperación de este espacio, los herederos de Castillejo, a través de la Fundación, nos acercan las esculturas de Antonio García Díaz, un artista en el que el azar y la manipulación dirigen su trabajo de forjador de ‘ensoñaciones’. Iniciado primero en la forja clásica, deriva luego hacia la realización de obras más abstractas, realizadas a veces a partir del vacío, y a veces a partir de la materia plena. La conjunción entre tierra y hombre de la que parte su obra se plasma en el uso de materiales como el hierro que García Díaz trata con la intención de que se asemeje a otros materiales como, por ejemplo, el barro. Esta ‘ilusión’ la obtiene en la deformación de la materia. El escultor emplea una técnica que, como él mismo reconoce, “parte del interior para desembocar en el exterior”. 

A diferencia de la escultura clásica, en la que desbastando un bloque de material se obtenía la forma deseada, García Díaz parte de un origen único que luego va deformando, en un proceso parecido al del modelado del barro. De esta forma, mientras el artista clásico tenía primero la idea en su cabeza para luego materializarla, el escultor manchego genera su concepto escultórico a partir de iniciado el tratamiento de la materia, dejando también que el azar actúe en la generación de la forma como lo haría el medio ambiente en la erosión de la tierra.

Este modo de trabajar y de jugar con el espectador nos recuerda a los trabajos de escultores como Cristina Iglesias, que también recurre a la naturaleza y al engaño de materiales (dotado a veces de narratividad) en sus creaciones. Este recurso barroco cercano al ‘trampantojo’ de piezas como ‘Las entrañas del sentir’, que podemos ver en la exposición, nos sitúan frente a algo orgánico, donde lo lleno y el vacío se configuran a partir del tratamiento de la materia. A través de los orificios de esta pieza podemos hacer un viaje por el tiempo, por lo que parece una especie de cerebro humano. La red de pequeños elementos imbricados de sus esculturas nos recuerda a los procesos milenarios de generación de las formas naturales como miembros del cuerpo humano, los anillos del tronco de un árbol o la macla de un cristal.

Este confrontarnos con la historia es la experiencia que nos propone la Fundación Olivar de Castillejo a través de esta exposición. Qué mejor lugar para ello que esta fundación, que en definitiva es también una especie de ‘escultura’ tallada por el tiempo.

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