viernes, 25 de octubre de 2013

La cultura del desecho de Antoni Tàpies en el Guggenheim de Bilbao



"Al lado de las grandes composiciones murales -a gritos o en silencio-, los residuos de cada día". Con esta sentencia inicia Antoni Tàpies un extracto de los muchos que escribió durante su vida acerca de su 'memoria personal'. Corría el año 1977 y el artista hablaba concretamente de la evolución de su arte desde la pintura de los 40 y los 50, hasta el 'assemblage' y el 'collage' de los 60. En torno a esta evolución hacia lo escultórico de sus creaciones, es a lo que gira la nueva exposición del museo Guggenheim de Bilbao, que podrá visitarse hasta el 19 de enero, y que nos presenta cerca de 100 obras del artista realizadas entre 1964 y 2009.

Los 60 fueron años de revolución dentro del arte y de la sociedad en general. Al Mayo francés del 68 habría que sumarle en los Estados Unidos fenómenos como el movimiento neo-dadá. Artistas como John Cage o Robert Rauschenberg fueron pioneros (ya desde los 50) en revolucionar la escena artística de aquella década, elevando a la categoría de 'escultura' un objeto de la vida cotidiana como podía ser una silla o un electrodoméstico. Estos recurrieron a objetos banales, a veces deshechos, para presentarlos en salas de exposiciones de museos y galerías. En su mente tenían la idea de romper con la tradicional valoración de la obra de arte en términos de destreza manual, por ejemplo a la hora de pintar o tallar un bloque de mármol.

Siguiendo a Marcel Duchamp y su invención del 'ready-made', los americanos trataron de poner 'patas arriba' el arte heroico y supuestamente sublime de sus compatriotas los expresionistas abstractos, que tanto éxito habían tenido en la década anterior. Tàpies andaba metido en todo esto en 1960. Ese año, su galería en Nueva York, la Martha Jackson, presentaba la muestra 'New Materials, New Forms'. En ella el artista catalán expuso algunas de sus obras junto a otras de Robert Rauschenberg, Jasper Johns, Claes Oldenburg o Allan Kaprow. De esta manera se sumergía dentro de una corriente de creadores que volvían, como ya hicieran Picasso y Braque con el collage cubista, a reivindicar lo superfluo o lo inútil dentro del arte (los deshechos de la vida diaria), dos categorías aún no aceptadas por muchos, y como se pueden imaginar, mucho menos en los 60.

Las obras que podemos ver en el Guggenheim de Bilbao se enmarcan dentro de este contexto, en el paso de la comprensión de la obra de Tàpies como ‘muro’, a la presentación del objeto en sí mismo (ya no sujeto a la superficie de un lienzo) como obra. Ésta presenta un marcado carácter anti académico, contrario a la concepción del pensamiento occidental, y más cercano a las concepciones budistas del vacío y de lo efímero. En esta muestra, en vez de recorrer salas abarrotadas por piezas en la que la destreza del artista y la riqueza de los materiales empleados son la nota predominante, tenemos sin embargo objetos pobres como un fondo de armario repleto de ropa carcomida, cuencos 'habitados' por periódicos olvidados o platos apilados sin ninguna pericia. Tàpies reclama de esta manera el objeto olvidado en ese fondo de armario para hablarnos de su status como ‘no mercancía’, como basura en apariencia no comercializable.

En medio de estas tensiones entre lo superfluo y lo necesario, lo lleno y lo vacío, Tàpies hizo una inesperada incursión a partir de los años 80 en el uso de la cerámica y el bronce. Este giro en el uso de materiales en su carrera, presente en varias salas del Museo Guggenheim, y recogido en un texto de 1994 de Gloria Moure titulado 'Tàpies, objetos del tiempo', fue promovida por su relación con Eduardo Chillida y el galerista Aimé Maeght. En esos años Tàpies empezó a trabajar con la cerámica a la manera de un iniciado. La terracota le permitía hacer incisiones e introducir materiales, a la vez que iba dando rienda suelta a su gesto creativo, haciendo uso del azar. En la muestra está presente su inmensa 'Zabatilla' de 1986, un gran zapato en mitad de una de las salas, que presenta su inconfundible firma: la 't' de Tàpies. Sus esculturas de cerámica y bronce, que parecen talladas por la 'mano' de la historia, más que por las del artista, nos hablan del elemento ‘tiempo’, común a seres y objetos que habitan el universo.

Una pieza fundamental suya es sin duda 'Rinzen', de 1993. Se trata de una gran instalación depositada en el MACBA (no se puede ver en la muestra), que le valió a Tàpies la mención del León de Oro de la Bienal de Venecia de ese año. Un importante galardón que consolidó la importancia de su obra objetual, más allá de sus conocidos muros. En esta Bienal participó también junto al catalán, la escultora Cristina Iglesias, que ha escrito para la ocasión un texto del catálogo de la muestra.

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