Escenarios del cuerpo. La
metamorfosis de Loïe Fuller. La Casa Encendida. Madrid. Hasta el 4
de mayo.
Luz, movimiento, color y efectos
hipnóticos para la vista. Pocos espectáculos de principios de siglo
podían contar con estos elementos como principal atractivo. La danza
de Loïe Fuller, por el contrario, los combinaba a la perfección
para hacer del baile una experiencia de arte total. La bailarina, de
origen norteamericano, revolucionó el arte de la danza a finales del
XIX. En París, en el Folies Bergere, su trabajo fue
internacionalmente reconocido. Ahora, La Casa Encendida de Madrid le
rinde homenaje a través de una exposición monográfica que ayudará a profundizar más en su figura.
La Loïe Fuller, como la llamaban
artistas e intelectuales como Mallarmé o Picasso nació un 22 de
enero de 1862 en Fullersburg, Chicago. Su padre, violinista además
de bailarín ocasional y su madre, cantante de ópera amateur,
influyeron en el interés de la pequeña hacia las artes en general.
Tras haber trabajado durante su infancia haciendo pequeños papeles
teatrales y dedicándose tímidamente al canto, finalmente se
introdujo en el mundo de la danza trabajando como bailarina. En 1889
fundó su propia compañía, haciendo una gira por los Estados
Unidos, Bermudas, las Antillas y Jamaica.
El paso a Europa vendría un poco
después, aterrizando primero en Londres, en donde asistió a clases
de danza de una forma ya profesional. En otoño de 1891, tras
dedicarse a la danza de la falda, relacionada con el 'can-can',
regresó a Estados Unidos. Allí fue donde la bailarina empezó a
interesarse por el que será el elemento innovador de sus
coreografías: los efectos ópticos e hipnóticos, generados a
partir de las innovaciones en materia de electricidad, iluminación y
rayos X. Durante la realización de un papel en una obra teatral,
donde interpreta a un paciente sometido a una sesión de hipnósis,
se le ocurre utilizar una camisa de mangas muy largas y anchas que le
permiten gran movimiento. Sobre ésta proyectará luego luces de
colores. El efecto plástico-hipnótico conseguido puso a la Fuller
en el camino hacia un éxito a nivel mundial con sus números de
baile y fantasía caleidoscópica.
La bailarina americana, junto con
Isadora Duncan, con la que trabajó durante un tiempo, están
consideradas las creadoras de la danza moderna. Las formas de sus
danzas se inspiran en la naturaleza. Fuller hablaba de la mímesis en
su baile. Ella enraizaba este concepto en la antigüedad grecolatina.
La mímesis entonces no tenía el significado de copia que tiene hoy
en día, sino que era pura creación a partir de la realidad.
Creación desarrollada en el marco del teatro clásico, donde el
baile y el drama eran inconcebibles por separado. Así los
movimientos de la Fuller en 'La danza serpentina' nos recuerdan a
veces al aleteo de una mariposa o al de una libélula. Las elipses
que dibuja con su cuerpo y con su vestido en el espacio, tratan de
hipnotizar al espectador, en un espéctaculo que requería un gran
número de técnicos iluminadores cuya función era proyectar luces
de colores sobre su atuendo.
Tan trascendental llegó a ser su baile
que en la exposición universal de París de 1900 se le dedicó un
pabellón únicamente a su figura. Fue de hecho, según algunos
historiadores del arte, un punto de inspiración fundamental para
Picasso (el cual la vio en la exposición universal) a la hora de
pintar 'Las señoritas de Avignon'.
Wols: El Cosmos y la calle. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Madrid. Hasta el 26 de mayo.
Los años de la Segunda Guerra Mundial
fueron trascendentales para la deriva del arte contemporáneo tras el
efecto de shock que supuso el conflicto. El 'tiempo del estupor' que
se vivió durante la postguerra trajo consigo un impulso catárquico
de un gran número de artistas que sintieron la necesidad de expulsar
todos los fantasmas aparecidos como consecuencia de la deflagración.
Uno de estos creadores, poco conocido entre el público español, fue
el alemán Otto Wols, al que el Museo Nacional Centro de Arte Reina
Sofía de Madrid le dedica una exposición centrada en los dos hitos
fundamentales de su trabajo: su obra gŕafica por un lado y su
trabajo fotográfico por el otro.
'Otto Wols: el cosmos y la calle' es una muestra esclarecedora. Las piezas, cerca de 90, que se han
traído de muchas instituciones públicas y privadas de todo el mundo
nos ayudan a hacernos una idea de quien se esconde detrás de este
nombre. La verdadera identidad de Wols era Alfred Otto Wolfgang
Schulze. En los años 30, con el ascenso de los nazis al poder en
Alemania, muchos artistas alemanes exiliados a otros países se
cambiaban el nombre con el fin de evitar cualquier vinculación con
su lugar de origen.
La primera parte de la muestra, 'El
cosmos', representa un universo marcado por el impulso frenético de
crear. Su trabajo, de tipo abstracto, nos sitúa en el denominado
'tachismo', un tipo de arte que evoluciona del surrealismo y que se
expande después de la guerra junto a otros movimientos como el
Informalismo o el Expresionismo abstracto en los Estados Unidos.
A diferencia de las ínfulas
triunfantes del gran arte de la pintura americana, el tachismo se
relaciona con el existencialismo de Sartre o Adorno. Los dibujos,
acuarelas, pinturas y grabados de esta parte de la exposición nos
hablan también de la importancia otorgada a lo informe por parte de
artistas como Wols, Fautrier, Dubuffet o Michaux. El arte primitivo,
el arte de los enfermos mentales, o el arte naif, en conexión con
el art brut, será la tónica conceptual y estética por la que se
rige la obra del alemán.
Por su parte, el trabajo fotográfico
presente en la exposición nos indica la salida del estudio por parte
del artista. Éste toma el espacio de la calle. Las imágenes que
podemos ver en la muestra son de antes de la guerra, captadas entre
1932 y 1938. Estas parecen marcadas por un ambiente de extrañeza o
'unheimlich' freudiano generado por las grandes tensiones políticas
de los movimientos de masas de los años 30. En sus imágenes se
aparecen objetos sobre los que los efectos de las luces y las sombras
evocan juegos plásticos imaginativos surrealistas. Sus fotografías
recuerdan mucho a las imágenes de otros fotógrafos célebres de la
época como Brassai, Kertesz o Dora Maar.
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